
“Observation Tower,” by Bill Dickinson, https://www.flickr.com/photos/skynoir/13981539930/
Voy a hablar de las observaciones, ese extraño género de las interacciones humanas en donde alguien, una colega con más experiencia, viene a sentarse a la clase que uno está enseñando y produce un documento, bien institucional y bien codificado, en donde comenta lo que vio. Y tengo historias sobre las observaciones: como aquella vez que, en una clase a las ocho de la mañana, mi observador no llegó porque se había quedado dormido. Imagínense por un segundo que yo, el profesor, hubiera faltado a la observación con la misma justificación: mi carrera hubiera terminado antes de comenzar. O aquella vez en que una profesora comentó que no había podido ver mucho de mi clase porque ese día había un quiz, que fue exactamente lo que le advertí cuando me notificó que me iba a observar. O incluso la vez en que una profesora de francés vino a mi clase de español y empezó a responder preguntas que yo dirigía a mis alumnos. Después de varios años enseñando, ya las acepto como un trámite necesario e inevitable, como los impuestos, como la muerte.
Algo curioso es que cada observación es en realidad, al menos, dos observaciones. Por un lado, las observaciones son una herramienta institucional para controlar que ciertas políticas se cumplan. Uno es medido en relación a un conjunto de prácticas, algunas de ellas pedagógicas, definidas de antemano por el departamento. Estas expectativas están delineadas claramente: empezar la clase a tiempo, llamar a lista, en el caso de las clases de lengua hablar casi que exclusivamente en español. Se trata de conocerlas y ponerlas en práctica dentro de la dinámica de la clase. Hay otra observación, que en mi experiencia es más riesgosa y más injusta: la del método y filosofía de enseñanza en comparación con el observador. Aquí es generalmente cuestión de química, del encuentro fortuito entre visiones y personalidades afines. Casos se dan en que a la observadora le gusta tu estilo y todo sale bien. Casos en que hay “algo” que no, pero ese “algo” es imposible de prever y difícil de delimitar -un gesto aquí, una pregunta acá-.
El riesgo de las observaciones es que se presentan como un informe representativo de tu forma de enseñar pero por restricciones de tiempo y recursos es imposible que lo sea. En mi experiencia, no hay observación de más de una hora, incluso algunas veces dura menos. Una de las expectativas vigentes que tenemos como educadores es que desarrollemos distintos tipos de actividades: que cada clase sea una mezcla de conferencia, actividades en pareja, en grupos o individuales, ejercicios de escritura y orales, etc. Sacar a relucir todos los trucos -el conejo saliendo del sombrero, el pañuelo eterno- en frente del observador es demostrarles a los estudiantes que la clase es diseñada como puro espectáculo y que ellos no son la audiencia. Aún así, es común escuchar que alguna observación fue mal porque “no tenía suficiente variedad” o el profesor no hizo tal actividad o tal dinámica. Nunca, en el contexto de una observación, nadie me ha preguntado si lo que acaban de ver es representativo de lo que hago durante clase en general. Estos malentendidos inevitables carecerían de importancia si no estuviéramos hablando de un documento que queda como parte de tu archivo profesional. En una ocasión un profesor vino a visitarme y se sentó al lado de dos estudiantes que al parecer se habían enamorado y se distraían de sus responsabilidades como estudiantes cada vez que se miraban a los ojos: en su reporte, el profesor escribió que mis estudiantes hablaban todo el tiempo; quien fuese a leer ese documento en el futuro pensaría que la mayoría de mis estudiantes viven en total anarquía. Las palabras que ese colega escogió no eran representativas de la situación real.
Tengo que reconocer que las observaciones que he recibido me han resultado útiles, pero mi sospecha es que lo han sido por la actitud de quienes me observaron más que por el diseño de la práctica. Hay un gesto de generosidad que no aparece en el documento necesariamente pero que por lo general ha estado en las conversaciones con los observadores. Allí aparecen sugerencias, se comparten experiencias y se discute que se podría hacer con tal estudiante o cómo abordar cierto tema. Esta distancia entre la observación oficial y el intercambio orgánico entre dos profesores que comparten sus ideas acerca de la disciplina y las dinámicas de la clase la he vivido también en las reuniones departamentales de capacitación; a pesar de que las clases modelos, la discusión de tendencias pedagógicas, resultan útiles, más lo ha sido aprender de la experiencia de colegas. Un semestre, por un extraño golpe de fortuna, tuve la oportunidad de compartir el almuerzo una vez por semanas con tres colegas: nuestros horarios coincidían y ahí, en la conversación espontánea, aprendí de sus dificultades, estrategias fallidas y estrategias exitosas, de casos que habían enfrentado y de cómo lo habían solucionado. Es decir, gran parte de mi aprendizaje como profesor ha sido a través de intercambios sociales no regulados por la institución, por conversaciones con colegas en las que orgánicamente han surgido problemas y soluciones. Las observaciones y las reuniones departamentales, responden a necesidades institucionales: ésa es su función y ése su diseño. ¿Cómo puede una institución fomentar esas conversaciones orgánicas sin imponer su propia agenda? El reto es crear espacios, o una cultura, que permita la conversación, en que el deseo de discusión y pensamiento crítico vaya de la mano con la camaradería y el deseo por la superación y el bienestar del otro.
Luis, thank you for this thoughtful post! My ability to read in Spanish is very basic, so I read much of this post in translation. You write that you’ve learned more about your teaching from organic and spontaneous conversations with colleagues. As I reached the end of your post, I found myself wondering whether spontaneity can occur within the parameters of the formal observation process. Are there ways to build such collegial discussions into the institution’s teaching observation to encourage that? (Or will these organic “observations” always exceed the parameters of a formal requirement?)